Por: Henry A. Peralta
Experto Internacional en Resiliencia Territorial
Genrente General de Soluciones Resilientes
La resiliencia es la capacidad innata y/o adquirida
de una persona u organización para resistir, adaptarse, prepararse y
recuperarse ante una crisis. Se basa en una actitud flexible y de
aprendizaje para resolver de forma creativa e innovadora las situaciones
adversas cotidianas, así como las grandes crisis.
La palabra resiliencia tiene un origen antiguo, si bien en castellano se
considera un neologismo derivado del inglés resilience, existen
textos en latín que indican su uso antes de Cristo. Resiliencia proviene del
verbo en latín resilio, que significa saltar hacia atrás, saltar
nuevamente, rebotar, chocar, caer sobre.
La resiliencia es el medio para lograr
mejorar las relaciones entre sociedad – sociedad y sociedad naturaleza. Implica
fortalecer las capacidades socio-culturales, económico-productivas, ambientales
(físico - naturales) y político – institucionales, para establecer relaciones
más armónicas de los seres que habitan un territorio, entre ellos mismos y con
su entorno. Es decir, avanzar hacia desarrollo
sostenible. Esto implica que la naturaleza no se convierta en
amenaza para la sociedad, ni que la sociedad se convierta en amenaza para la
propia sociedad.
El camino hacia a la resiliencia pasa en primera instancia por establecer
acuerdos entre la sociedad misma para la resolución de sus
conflictos. Conflictos que de no ser resueltos, se materializan en
escenarios de riesgos asociados a un desajuste de la relación
sociedad-naturaleza. Estos revelan las condiciones inseguras en los
territorios, generando otros conflictos aún más graves, que comprometen la
vida, los medios de subsistencia, la infraestructura existente cuando es
afectada por desastres.
En el mundo actual es necesario que la
resiliencia deje de verse sólo como una palabra de moda o una muletilla de los
grandes discursos, para que en su aplicación práctica se convierta
realmente, en esa palabra verdadera que moviliza hacia la acción. Es necesario
pasar de un concepto estática, sin vida y poco comprendido, a reivindicar su
verdadera esencia vinculada con el dinamismo, la energía, el movimiento y al
cambio. La resiliencia expresa acciones de avance o de retroceso, lo
contrario a lo estático. Denota también el fluir de la vida, el brotar, el
palpitar de la naturaleza, tal como lo hace el agua.
Existe una necesidad urgente de
comprender que la resiliencia es para la vida y no para el desastre.
Como camino hacia el cuidado de la “casa común” debe sustentarse en un cambio
de enfoque que articule lo desarticulado, que convoque a los que creen no tener
nada que ver, que motive pasar de la reflexión a la acción y viceversa, para
afrontar los problemas actuales y futuros, frente a los cambios globales.
Se corre el riesgo de que al no ser
comprendido desde su integralidad, el término resiliencia se desgaste
rápidamente, tal como ha sucedido con el concepto de gestión del riesgo. El
cual muchos dicen practicar, pero que en la realidad reproducen la lógica
asistencialista y emergencísta, distanciándose del sentido inicial. Usada como
estrategia pedagógica la resiliencia sirve para refrescar el entendimiento de
la gestión del riesgo.
En este contexto la resiliencia se
constituye en el nuevo paradigma para los territorios, como propiedad
emergente, para su comprensión y aplicación debe abordarse una perspectiva
sistémica. El Papa Francisco en su carta encíclica laudato
si’ al referirse sobre el cuidado de la “casa común”, hace
hincapié en esta situación. Hace un llamado de atención a los gobiernos y a la
población en general a tomar conciencia sobre las acciones contra la madre
tierra. Insta a la necesidad de reorientar las prioridades del desarrollo y
volcarse a la protección, así como el rescate urgente de la “casa común”.
En efecto, a escala global son
generalizados el aumento de la exposición y fragilidad de las ciudades
asociados a un acelerado crecimiento urbano sin planificación, condición que ha
generado el deterioro de los ecosistemas. A ello se suma el incremento de la
frecuencia, magnitud e intensidad de los fenómenos climáticos, que ponen en
peligro la vida y la sostenibilidad.
En sociedades como las latinoamericanas expuestas a
múltiples amenazas de toda índole y de gran fragilidad en los ámbitos del
desarrollo, existe una “doble afectación” en términos de los impactos de los
desastres sobre la población, la infraestructura y las economías. Esta doble
afectación está compuesta por el impacto de fenómenos naturales por un lado y
por el otro, los asociados a fenómenos sociales con todos sus matices. Todos en
conjunto, comprometen en gran medida el mucho o poco “desarrollo” de un
territorio.
Es ahí donde la construcción de resiliencia surge
como una respuesta a los impactos de esa doble afectación. Centrándose en el
fortalecimiento de las capacidades locales de las comunidades, organizaciones e
instituciones, para sacarlas del círculo vicioso del asistencialismo. La generación
y/o recuperación de la confianza, así como la dinamización de la autonomía
comunitaria constituyen los dos pilares fundamentales sobre los cuales se
debería soportar la resiliencia como estrategia para el cuidado de la casa
común. Esto soportado sobre siete principios básicos, que son:
la ética, la corresponsabilidad, la complementariedad, la subsidiaridad, la
reciprocidad, la integridad y el pensamiento sistémico.
Existe una tendencia muy marcada en la mayoría de
estados en vías de desarrollo de potenciar el asistencialismo como parte de su
modelo de relacionamiento con la población. La ocurrencia de desastres
asociados a situaciones de orden social, natural o tecnológico incrementa aún
más el asistencialismo. Esta práctica no potencia capacidades en los
territorios, sino que incide de manera definitiva en el aumento de las
vulnerabilidades de la población.
En contraposición al asistencialismo, las
comunidades necesitan ser involucradas, ser gestoras y participes de soluciones
resilientes, planteadas como la respuesta a los problemas del
desarrollo. Una solución resiliente definida como un diseño funcional de
una acción o producto que se adapte a la dinámica de la vida, se anticipe y
responda a las crisis para generar transformación. Implica la necesidad de ser
creativo e innovador para lograr con los recursos endógenos resolver los
problemas de un mal desarrollo y del riesgo existente.
La resiliencia invita de pasar del asistencialismo
al empoderamiento, de la gestión del desastre a la gestión del riesgo, de la
dependencia a la autonomía. La resiliencia como camino hacia el cuidado de
la casa común, requiere finalmente un compromiso para dejar de ser
un simple verbalismo y convertirse en acciones concretas que se reflejen en
cambios profundos, para construir relaciones armónicas entre la sociedad y la
naturaleza.
Nota: La esencia de los conceptos de
resiliencia aquí expresados fueron originalmente publicados en el Libro:
Resiliencia. La clave del Liderazgo del Siglo XXI. Escrito por Henry Adolfo
Peralta Buriticá y Amparo Velásquez Peñaloza en noviembre de 2017.
Observatorio Resiliencia Territorial
Centro de Pensamiento e Investigación
Soluciones Resilientes
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